¿Cómo reducir la huella de carbono en casa?
Los científicos y expertos en el clima han advertido que es necesario tomar medidas urgentes y ambiciosas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y evitar los peores impactos del cambio…
España vive en la actualidad inmersa en una paradoja. Si bien la población de nuestro país ha aumentado alrededor de un 36% desde el año 1975, lo cierto es que este incremento no se nota en todas las zonas por igual. Numerosas regiones del territorio nacional se han visto afectadas por los movimientos migratorios que llevaban a la gente de los pueblos a las ciudades, en busca de mejores servicios y más oportunidades laborales. Un fenómeno que comenzó tras la revolución industrial, pero que se dio con mayor fuerza especialmente en la segunda mitad del siglo XX.
Este éxodo rural lleva provocando durante años que amplias regiones de la península queden despobladas con densidades equiparables a las de la Laponia finlandesa. Una situación que no solo está presente en España, sino que se replica en el resto del mundo. Estudios de la ONU calculan que, para 2050, el 68 % de la población global vivirá en áreas urbanas. En España, el Banco Mundial estima que ese porcentaje es del 80 % ya en la actualidad. Esto significa que en el 90 % del territorio solo vive el 20 % de la población del país.
Entre las comunidades de nuestro país más afectadas por este fenómeno se encuentran Castilla y León, Asturias, Extremadura, Aragón, Galicia o Castilla La Mancha, entre otras. Estas zonas rurales que se van quedando sin habitantes se han aglutinado bajo el concepto “La España vaciada”; un término que nace para concienciar a la sociedad sobre los importantes problemas que derivan de esta crisis demográfica. Y es que sin personas que lo habiten, el entorno rural terminará desapareciendo.
La despoblación de los pueblos, el abandono del campo, la pérdida de las tradiciones rurales y de la economía a pequeña escala tiene consecuencias culturales, económicas y ecológicas. En el polo opuesto nos encontramos con la sobrepoblación de las grandes ciudades, que genera un elevado impacto medioambiental, empeora la crisis climática, potencia la contaminación y la pérdida de biodiversidad.
En este contexto, resulta imprescindible actuar y revertir la situación en busca del equilibrio demográfico. Pero, ¿qué se puede hacer para devolver la vida a los pueblos? Sin duda, serán esenciales las medidas enfocadas a reforzar los atractivos y las potencialidades del mundo rural para conseguir traer a la gente de vuelta.
Son varios los frentes sobre los que se debe trabajar de cara a garantizar unos estándares de bienestar y calidad de vida en el territorio rural que consigan atraer a nuevos habitantes.
Iniciativas como el gas propano o el GNL pueden suponer un avance muy importante no solo para los agricultores, sino para todas aquellas empresas o personas que viven en el medio rural.
Apostar por un modelo energético eficiente para las zonas rurales será determinante de cara a impulsar el crecimiento económico de estos territorios, la creación de empresas y de puestos de trabajo.
Pero el mundo rural tendrá también que defender un modelo energético basado en fuentes limpias, no contaminantes y que ayuden a preservar tanto la calidad del aire como el marco paisajístico. Dicho en otras palabras, el ecosistema rural tendrá que esmerarse para proteger el que sin duda es su valor añadido y su bien más preciado: la naturaleza.
Sin duda alguna, el abastecimiento energético es uno de los aspectos fundamentales a tener en cuenta en la creación de cualquier actividad industrial o empresarial. Así, un buen sistema energético se traduce en un incremento de las posibilidades y oportunidades de los colectivos de las zonas rurales de la España vaciada.
La red de gas natural no suele llegar al territorio rural, por lo que, hasta ahora, las opciones energéticas eran a menudo escasas, contaminantes y costosas. El gasóleo, la electricidad, el carbón o la leña eran algunas de las fuentes más demandadas en estas áreas.
Sin embargo, poco a poco se han ido popularizando nuevas alternativas, de mayor rendimiento y más respetuosas con el medio ambiente, para así lograr la transición energética. Destacan, por ejemplo, el gas propano o el gas natural licuado (GNL). Ambos gases se almacenan en estado líquido, por lo que resultan muy fáciles de transportar y almacenar; pueden ser utilizados en cualquier lugar del planeta. Son, además, fuentes energéticas de alto poder calorífico y sus emisiones son prácticamente inexistentes.
Los gases licuados son muy eficientes, garantizando un suministro estable y potente a un bajo coste. Son, por tanto, una excelente alternativa para cubrir las necesidades del mundo rural, tanto en viviendas como en negocios. Las empresas, en particular, ya pueden trabajar desde ubicaciones rurales, disminuyendo sus costes de explotación (alquileres, suministros, proveedores) y ahora también su factura energética.
Iniciativas como el gas propano o el GNL pueden suponer un avance muy importante no solo para los agricultores, sino para todas aquellas empresas o personas que viven en el medio rural. Apostar por un modelo energético eficiente para las zonas rurales será determinante de cara a impulsar el crecimiento económico de estos territorios, la creación de empresas y de puestos de trabajo.
Pero el mundo rural tendrá también que defender un modelo energético basado en fuentes limpias, no contaminantes y que ayuden a preservar tanto la calidad del aire como el marco paisajístico. Dicho en otras palabras, el ecosistema rural tendrá que esmerarse para proteger el que sin duda es su valor añadido y su bien más preciado: la naturaleza.
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