¿Cómo reducir la huella de carbono en casa?
Los científicos y expertos en el clima han advertido que es necesario tomar medidas urgentes y ambiciosas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y evitar los peores impactos del cambio…
Este concepto ha cobrado especial importancia en los últimos tiempos. Lo cierto es que la eficiencia energética resulta fundamental para conseguir un mundo sostenible y precisamente, por ello, el concepto comienza a estar presente en todas las agendas políticas y sociales.
En este artículo repasaremos con detalle todo lo que tienes que saber sobre el concepto de eficiencia energética.
La eficiencia energética implica una gestión inteligente de los recursos disponibles y una clara apuesta por disminuir los consumos energéticos. Por ello, no es ningún secreto que la eficiencia energética conlleve consigo numerosos beneficios y ventajas.
En primer lugar, desde un punto de vista personal, debemos mencionar el ahorro económico que supone. Minimizar la energía consumida tendrá una repercusión directa en el importe de tus facturas a pagar.
En el caso de las industrias, esta reducción de costes puede traducirse, además, en el aumento de la competitividad empresarial.
Otra de las mayores ventajas de la eficiencia energética se vincula a lo colectivo y tiene que ver con el respeto hacia nuestro planeta y, por tanto, hacia todos los seres vivos que vivimos en él.
Sin duda, la eficiencia energética es un elemento clave para lograr los objetivos mundiales de sostenibilidad, que exigen con urgencia la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Por otro lado, gestionar la energía de forma eficiente y evitar derroches innecesarios, nos permite frenar el consumo incontrolado de los recursos naturales finitos. Precisamente, la escasez de petróleo fue, en su día, la causa detonante de lo que hoy que conocemos como eficiencia energética.
Para hablar de los orígenes del concepto de eficiencia energética debemos remontarnos a la década de los 70. Las primeras preocupaciones surgen cuando llegan los primeros problemas de suministro del petróleo debido a diversos factores geopolíticos y económicos. A raíz de esta escasez, los precios del combustible aumentaron significativamente y la sociedad tomó conciencia de la crisis. Fue en aquel entonces cuando los hogares y las industrias adoptaron por primera vez una postura orientada al ahorro energético, integrando en sus rutinas algunos hábitos manuales de consumo eficiente (apagar luces, no usar radiadores innecesariamente, etc.).
En los años 80 y 90 comenzaron a desarrollarse los primeros modelos de gestión eficaz de la energía. Gracias al avance tecnológico y al desarrollo informático comienzan a implementarse sistemas de monitorización de consumos y las primeras regulaciones automatizadas (por ejemplo: calentar en función de la temperatura ambiente).
Si bien hasta la fecha la preocupación energética se vinculaba, sobre todo, a una cuestión económica, en la primera década del nuevo milenio se abren nuevos frentes. En ese momento se ponen sobre la mesa conceptos como “Calentamiento Global”, “Huella de Carbono” o “Cambio Climático”. El Protocolo de Kioto configuró una agenda y un plan de acciones para hacer frente a la emergencia climática.
En este momento, ya no sólo sale a debate la necesidad de reducir los consumos, sino que surge una reflexión sobre la producción energética. Así, comienza a extenderse la creencia y la necesidad de apostar por fuentes energéticas menos contaminantes y menos nocivas para el medio ambiente.
Al considerarse un asunto prioritario de la agenda social, surge entonces una regulación orientada a estandarizar unas pautas de eficiencia energética.
Así, la Normativa Europea de Eficiencia Energética y Medio Ambiente establece los objetivos que deben lograr los Estados miembros, dejándoles elegir los medios para alcanzarlos. Las principales directivas europeas vigentes hacen referencia al fomento de las fuentes renovables, a la eficiencia energética de los edificios, al etiquetado energético, al diseño ecológico de los sistemas relacionados con la energía o a los índices de consumo, entre otros.
Estas directivas se han traducido en el marco estatal a través de una serie de planes que afectan al sector residencial, comercial, industrial e institucional. Como normas base destacan las siguientes:
Como ya hemos señalado, el término de eficiencia energética implica una mejor gestión de los recursos disponibles, la reducción de los consumos innecesarios, el ahorro de costes y una actitud respetuosa hacia el medio ambiente. En este sentido, hay enormes oportunidades de mejora en todos los sectores:
El certificado de eficiencia energética es un documento oficial otorgado por un técnico competente y que especifica la información relativa a las características energéticas de un inmueble.
La función de este documento es calificar energéticamente un edificio o vivienda, calculando el consumo anual energético que éste necesita durante un año en condiciones normales de funcionamiento y ocupación. Así, se establece una escala que va desde el nivel A (altamente eficiente) hasta el nivel G (poco eficiente).
De la misma manera, cuanto más alta sea la calificación energética de tu vivienda, más bajo será el importe final de tus facturas.
Para que te hagas una idea, aquí tienes una estimación de la cantidad de energía primaria que necesita una vivienda por metro cuadrado en función de su calificación energética:
Cabe mencionar que las sanciones por no disponer de certificado energético en las situaciones en las que sea requerido oscilan entre los 300 y los 6.000 €. En cualquier caso, el responsable de la infracción será el propietario del inmueble.
Cuando hablamos de eficiencia energética no debemos pensar solo en disminuir la demanda de los consumos. Es importante, también, apostar por un nuevo modelo basado en energías limpias que no emitan gases contaminantes a la atmósfera.
En este contexto, resulta imprescindible hablar de las energías renovables.
Las fuentes renovables proceden directamente de los recursos naturales de la Tierra (el agua, el viento, la luz solar…). y son inagotables. Esta es ya una razón de peso para impulsar su uso, pero, además, su impacto ambiental es nulo.
La energía mareomotriz, la hidráulica, la eólica, la solar, la biomasa, el biogás o la geotérmica son, sin duda, herramientas clave para lograr la eficiencia energética.
Pero si bien el futuro será renovable, lo cierto es que a día de hoy aún se continúa trabajando para definir un sistema energético, seguro y competitivo, basado en estas fuentes. En este contexto, el gas adquiere un rol importante.
De todas las energías fósiles, el gas resulta la alternativa más limpia y con menor contenido de carbono. Tiene un alto poder calorífico y es, además, especialmente eficiente cuando se gestiona con calderas de condensación. Gracias a estos equipos se puede lograr un ahorro energético de hasta un 30%.
Así pues, el gas se posiciona en la actualidad como una de las fuentes más eficientes y como un gran aliado para la llamada transición energética. Especialmente interesante es el caso del biopropano.
La salud del planeta lo exige. Adoptar medidas de eficiencia energética es una prioridad y una necesidad.
Hace algunos años todos los países del mundo adoptaron 17 ambiciosas metas como parte de la Agenda de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y se comprometieron a alcanzar objetivos específicos para 2030. En muchos de estos objetivos la energía está presente. Destacan, por ejemplo, la intención de duplicar el porcentaje de las energías renovables en el mix energético y el deseo de duplicar la tasa de mejora de la eficiencia energética para 2030.
En este contexto, veremos cómo progresivamente los diferentes países irán implementando nuevas medidas orientadas a alcanzar dichos objetivos.
Por otro lado, y en paralelo, no sería de extrañar que en este período surgiesen avances tecnológicos capaces de transformar los mercados energéticos aún más de lo que esperamos. Indudablemente dispondremos de más herramientas y de mayor inteligencia aplicada al sistema energético, lo que podría significar un mayor ahorro de energía y una mayor flexibilidad operativa.
En cualquier caso, no cabe duda de que la eficiencia energética es una realidad beneficiosa tanto para el individuo, en calidad de consumidor de energía, como para el planeta. Será responsabilidad de los gobiernos, de las empresas y de los ciudadanos actuar para conseguirla.
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